Crónica: César Zevallos
En una crónica lo que busco es retratar de manera honesta la realidad, sensibilizar sobre sus aspectos problemáticos o, por lo menos, lo que me parece sorprendente. Sin embargo, debo confesar que me enfrento a un problema, que puede dificultar mi propósito: no pude oír bien la primera presentación en vivo del sexto álbum de Catervas, por diferentes razones no experimenté el sentimiento que mis expectativas dictaban, no pude oírlo como quería. Pensé que para escribir sobre una agrupación de ese calibre (nada menos que los estandartes peruanos del dream pop contemporáneo, uno de los exponentes más importantes de nuestro rock, con numerosas presentaciones en televisión nacional, y notables apariciones en el circuito mediático mainstream y alternativo), se vuelve una exigencia sentir un goce intenso, sentirlo honestamente, una conexión como la que puede encontrar un seguidor fiel o alguien más familiarizado con su trayectoria de más de dos décadas; no es mi caso. Por eso creí conveniente acudir al silencio [1], no escribir por convicción y acto último, guardar el recuerdo del concierto en el fuero interno porque a quien le interesa, pero pocas cosas son tan cómodas y autocomplacientes como cerrar la boca ante algo que voluntariamente desconoces. Busco el movimiento, busco la palabra. Por eso esta crónica está aquí, por una razón que encuentro interesante: si bien nace de una imposibilidad, de ninguna forma es una impostura, porque busqué algo que siempre quiero hallar (y asir) en la música, el arte y la vida, todas juntas en complicidad: una revelación. Eso me basta para contar lo que pienso de aquella vez.

El concierto tuvo lugar en el conocido bar “La Noche” de Barranco, el 8 de febrero de 2023. Fue uno de los más esperados en el plano local a inicios del año, por el feeling que despierta Catervas, —una banda que ha encontrado un camino fértil para persistir con su propuesta de rock alternativo y experimental, de aura heavy, etérea, de ensueño, y esta vez con el aporte de un artista como Mario Silvania [2] en la producción musical—. No recomendaría a nadie perderse la oportunidad de presenciar su música en constante evolución, ya que la banda de los hermanos Reyes hace rato que es capaz de sintetizar elementos de diferentes géneros musicales como el synth pop, dream pop, ambient, neopsicodelia, shoegaze, post punk, y así se puede seguir enumerando, hasta volverlos uno solo, o sencillamente ejercerlos de forma individual. Ser espectador de un velada que promete intimidad, mirar desde afuera cuando una obra de nombre Laberinto (un hito en la carrera de Catervas) fluye por un cauce diáfano que acaba de forjar y abrir para nosotros, que algo tan abstracto sea capaz de crear su propia materialidad, al lado tuyo. Cuando terminó el concierto, casi a la medianoche, sentí que se trató de una experiencia fallida, y se lo dije entre risas a un amigo: esperaba oír Laberinto en su plenitud, sin saltos ni omisiones (por supuesto, en el orden original del disco), pero solo interpretaron una intro pequeña de “Ecos del Atlántico” y cuatro de las diez canciones del álbum, para después tocar sus éxitos anteriores (“Latir por ti”, “Garabatos”, “¡Boomerang!”, entre otros). Hace poco me dijeron que las bandas suelen hacer eso en vivo, por algún motivo muestran solo una parte del repertorio esperado cuando presentan un nuevo disco, supongo que pequé de inocente e inexperto.
No pretendo cuestionar la calidad de Catervas. Su puesta en escena me pareció espléndida, alcanzaban un interesante nivel de virtuosismo, su comunicación era bastante efectiva, iban concentrados y seguros, en una clara sintonía. Estaba viendo, por primera vez, a una de las bandas más experimentadas, inquietas y reconocidas del rock peruano. Es solo que, como dije, no pude oírlos bien, no logré filtrarme en su música (como hubiera sucedido con alguna otra banda familiar), tal vez porque me desconcentré cuando ya no se trataban de canciones de Laberinto y disfruté parcialmente aquello que ofrecían (casi todo nuevo para mí). Ese puede ser un indicio para entender el problema: los había escuchado poco [3], no anticipaba su música, no tenía cómo hacerlo, solo aparecía como una masa apabullante y colorida de melodías, todas frescas y atractivas. No me emocionó como esperaba, no captó completamente mi atención: ¿Cuándo una experiencia artística se vuelve satisfactoria? ¿Qué la procura o constituye? ¿Si uno busca la sorpresa, se predispone a no encontrarla? ¿El problema seré yo? ¿Qué hay del resto?

Recuerdo que el público, además de estar muy atento, o por lo mismo, conocía las canciones; el movimiento de sus cabezas, sus miradas fijas y agudas, el ritmo en los cuerpos, el calor humano en un ambiente calmo y perfecto para una presentación que prometía. En ciertos momentos, Pedro (guitarra y voz) respondía a las peticiones, incluso creo que accedió a algunas. Expresaba su cariño por el público, era como un encuentro de viejos amigos, amigos que conocían Catervas mucho más tiempo (quién sabe cuánto) que yo. Esa apuesta por complacerlos (quién no haría lo mismo) abrió una brecha: el concierto puede resultar grandioso para sus seguidores de antaño, quienes conocían sus álbumes anteriores a Laberinto, y por lo tanto esperaban oír sus clásicos, pero no necesariamente para un oyente explorador como lo fui yo. Creo que la banda debió apuntar a este tipo de oyentes, de pronto más jóvenes que el resto, especialmente porque presentaban Laberinto, un disco que explora provechosamente nuevas sonoridades con respecto a las anteriores producciones, un hito que como tal marca un derrotero inédito en las aventuras de Catervas y que, al juntarse con las canciones pasadas, generó un cambio abrupto en la estética que quise contemplar. Es un conflicto que surge cuando se contrasta la experiencia de la música de estudio con la música en vivo, ¿cómo superarlo?
Por qué omitir “Aura” o “A Través del Silencio”, tan bellas y melódicas, o por qué reducir el tiempo de “Ecos del Atlántico”, una de sus canciones con el temple de un himno, hasta convertirla en una intro, una versión de sí misma, para abrir el concierto y preparar a los oyentes, lo cual puede ser una estrategia más bien efectista que orgánica: sirve, atrapa, genera unas expectativas, además es linda y recuerda a uno de los puntos más atrevidos y densos de Laberinto, pero ofrecer solo un bocado puede ser también la promesa de lo irrealizable, aquello que no tenemos la gracia de oír. Y es que tal vez el concierto fue eso: una versión de la banda, algo alejado de lo que creí su esencia. Eso puede cambiar, de mi parte, con nuevas escuchas y nuevos conciertos, con el ejercicio de un sentimiento. Y también, de parte de la banda, con un concierto dedicado exclusivamente al álbum en cuestión, para conocer ese lado oculto, si algún día tengo ese privilegio.
Presiento que ese concierto representa, por ahora, una estética negada hacia mí, que para otros puede ser lo opuesto, una afirmación, lo cual es igual de válido. Lo mismo que ver un ave de metal, un ser vivo capaz de volar pero con el peso de un exoesqueleto fríamente diseñado que lo empuja hacia el aire, metal que esconde el calor animal dentro, depende de uno desarmar ese montaje. Y ya he empezado: disco por disco, de Laberinto hacia abajo, para conocer más a Catervas y encontrar otras rutas de vida. Qué sorpresas habrá…
Notas:
1. Si bien el silencio aún no me ha paralizado, sugiero profundizar en este concepto como una opción honorable, y no como producto de una desidia, desánimo o desperfecto (como se suele creer). Tienen la novela Bartleby y compañía, del escritor español Enrique Vila-Matas, para explorar la vida de los escritores que renunciar a serlo, podrán conocer dónde y cómo se localiza el silencio en la historia de la literatura y cómo la pulsión negativa (no escribir) resulta en un nuevo terreno de posibilidades para renovar la creación literaria, es decir, para escribir.
2. Es necesario conocer la figura de Silvania en la música peruana, los mundos que lograron crear gracias a una música de corte impresionista y romántico: oír Silvania es como dibujar el paisaje de tus sueños (los más bellos) y volverte un personaje de ese paisaje, vivir tu propia ficción. Silvania (conformado por la dupla Mario y Cocó) estuvieron activos desde inicios de los 90’s, aunque no tienen el mismo nivel de difusión que My Bloody Valentine o Slowdive en el género shoegaze, siempre han destacado por su espíritu y personalidad claramente diferenciados, tan relevante como sus contemporáneos. Mario ahora lleva adelante Silvania, sin Cocó, quien falleció en el 2008. Prometemos entrevistar pronto a Mario.
3. La melomanía puede tener un fin bonito, pero puede usarse como una forma pretenciosa de diferenciarse de aquel que no pudo dedicar gran parte de su tiempo a oír música, el problema es que se suele asumir que el otro carece de una sensibilidad acorde. Confío en que el desconocimiento, la capacidad de descubrir, y saberte cada vez más ignorante, te aproxima a nuevas ideas y experiencias. En el caso de Catervas, hasta antes de entrar al concierto, había oído “b-2ble-p”, esa canción de cruda melancolía que aparece en el recopilatorio peruano de post rock y shoegaze Crisálida Sónica de 1997, “Latir por ti”, que es una de las más populares, y alguna otra de discos anteriores.
Setlist de Catervas en “La Noche” de Barranco (8 de febrero del 2023):
“Ecos del Atlántico” (intro pequeña), “El Sonido”, “Espejismos”, “Mírame”, “Melomaniac”, “Cristales”, “¡Boomerang!”, “Latir por ti”, “Atemporal”, “Dibujándonos”, «Covida», «Imposible hoy», «Elastica», «(Aquella) luz», «Enter Asesino», «Garabatos», «Tacto».
Extendemos nuestra gratitud al sello Discos Astromelia por gestionar nuestro ingreso al concierto y por las fotografías. Ellos han publicado uno de los discos que, como lo dijimos en nuestro especial de reseñas 2022, tiene canciones que pintan como futuros clásicos del dream pop peruano. Enhorabuena.