Escriben César Zevallos y Julio Hermoza
No es casualidad ni coincidencia que los miembros fundadores de Electro-Z fueran estudiantes del Centro de Fotografía. Ni que fuese el mismo LASE el responsable de la foto que aparece en la portada de su álbum homónimo: la icónica secadora en tonos cianes y blancos. Mucho menos que dicha instantánea fuese capturada por LASE para utilizarla en su “tesis de fotografía sobre ficción suburbana”.
La vocación fotográfica de los integrantes de esta banda peruana de noise pop/indie rock está presente en cada una de las 17 canciones que integran su álbum homónimo.
Cada track del álbum es una postal, una imagen fija que pretende capturar el movimiento vertiginoso y la agitación anímica de una generación despreocupada y desarraigada —la surgida a finales de los noventa— que ya no puede conectar con el espíritu contestatario de los circuitos subtes limeños.
Cada track hace alarde de su técnica fotográfica: el uso magistral de luces y sombras —la sensibilidad pop y noise—, su cuidada destreza compositiva —las múltiples capas de ruido, las texturas sonoras—, su reactualización de los clásicos —las reminiscencias al underground norteamericano de mediados de los ochenta. En suma, Electro-Z ofrece una corriente de ideas y desenfado juvenil para contemplar el éxtasis de sus imágenes.
Sin embargo, esas cualidades de su sonido no son suficientes para demostrar la valía que se atribuye a Electro-Z. Es lo que piensa Sayo Arriarán, líder y guitarrista de Fútbol en la escuela:
“Hubiera sido bueno que tengan dos producciones para saber cómo realmente son. Dicen que un grupo de un solo disco es un poco mentiroso porque son canciones que vienen componiendo con mucha antelación. En el segundo disco se ve si el músico es realmente creativo para replicar su genialidad. La primera obra suele ser la mejor porque el músico recopila su historia como artista, lo que captura en su adolescencia, lanza su primera producción y el fuego se apaga, lo dio todo ahí. Eso es lo que se le puede criticar a Electro-Z”.
Hasta el fanático más distraído se preguntaría: ¿por qué nunca publicaron un segundo disco y se desintegraron prematuramente? ¿Qué razones los empujaron a privarnos del sabor de una segunda tanda de su energía luminosa?
Podríamos coincidir con buena parte de los seguidores de Electro-Z: su vehemencia adolescente fue incomprendida e ignorada en su tiempo. De hecho, en el documental “Nunca fue ficción” de Alonso Bello, los dos miembros de la banda que fueron entrevistados manifiestaron haber sentido el desinterés de la escena local de aquel entonces por su proyecto musical.
“Era muy duro tocar en vivo. No nos miraban, nos evitaban”, cuenta Jennifer Mejía. Esa fue una de las razones por las que viajaron a Estados Unidos en 2001 y marcarían, sin saberlo, el inicio del fin. “Sabíamos que acá no había mucho que hacer”, explica Christian Vargas.
No tenían futuro y miraron más allá de las fronteras para encontrarlo.
Esa osadía por empezar todo de nuevo es curiosa porque Electro-Z, si bien gozaba de un sonido inédito que al público peruano lo desencajó, lograron grabar dos videoclips (“Grítame” y “En ficción”), presentarse en televisión pública en el antiguo canal Cable Mágico Cultural y tener acceso a una gama de instrumentos que en las tiendas de Lima de ese tiempo no vendían. Es decir, tenían intención de ‘pegar’ con su música y, también, los recursos a su favor.
Pero la desazón, suponemos, fue mayor a sus ganas de insistir. En una parte de la canción “Nunca cae”, el propio LASE enuncia, con unas letras intuitivas y hasta pitonisas, lo que sería el desenlace de la banda: “Solo unos cuantos años más hasta que todo se moverá”. La estética venidera del indie rock peruano lo confirmó.
La luz sigue parpadeando, aunque ya no con el mismo estallido sónico ni el mismo encuadre fotográfico que muchos quisimos-queremos-queremos querer que continúe.