Escribe César Zevallos
Una guitarra calma de tintes pop y grunge. Una voz entre melódica, tierna y furiosa fluye con naturalidad y canta a sus más hondas inquietudes: al idilio caduco, a la inconformidad con la vida, al futuro incierto, a la “imposibilidad”.
Él es claro desde el inicio: No soy como tú, no puedo estar bien todo el tiempo. Su voz palpita y se amplifica en su única compañía, la guitarra acústica, que pone en la palestra su sensibilidad: He profanado el altar de mi amor, me he convertido en un lobo predador. El pesar y la culpa se apodera del EP, más aún cuando se une la incertidumbre: no tengo ningún camino, no tengo a dónde ir, voy buscando un objetivo, voy buscando algún fin. Sí, hay visos de honestidad que lo dejan desarmado. Entonces la muerte resuena como salida: Déjame apretar el gatillo, mi vida cuelga de un hilo.
Pero Roséll está aquí, con nosotros, o allá: desde Urubamba, en Cusco, a donde viajó después de publicar Momentos y vivir una serie de eventos que lo agotaron de sus vínculos personales en Lima. Ahora es docente de letras en el Andino Cusco International School y en su tiempo libre me aclara los pormenores de su EP, sus procesos de introspección y autocrítica, sus problemas y las motivaciones que lo llevan a componer, los pensamientos que asaltan su mente.
—Han pasado 4 años desde el lanzamiento de tu EP Momentos, ¿qué ha hecho Roséll en estos años?
El lanzamiento de Momentos fue el 24, o 25, de noviembre de 2018 en la Casa de la Literatura Peruana. Creo que fue lo mejor del proyecto Roséll porque tocamos en auditorio lleno, con un formato de banda que nunca había hecho, siempre me presentaba yo únicamente con mi guitarra. Se vendieron varios discos auténticos, cada portada era diferente porque los hacía a mano, de modo artesanal. Al año siguiente, me fui a Urubamba (Cusco), en febrero de 2019. Antes de eso, me salieron algunas entrevistas, una sesión de fotos en un estudio llamado Lima 36 gracias a Erick Cuentas, una persona bastante activa de la Red Cultural de San Juan de Lurigancho. En octubre de 2019, me presenté en unas tocadas en Urubamba, en una edición de la feria cachinera en el teatrín del Instituto Garcilaso, en algunos cafés, en un festival para recaudar fondos para la asociación Sol y Luna. Ese mismo año toqué, con el pie fracturado, en Los Olivos en un live session organizado por Giancarlo Claudet, y también en El Paradero Cultural, fue una presentación muy agradable que, nuevamente, gestó Claudet, a quien le debo un montón.
Luego vino la pandemia, dejé de tocar, me dediqué de lleno a mi faceta de docente. Fueron años duros… Perdí mucha gente en 2020, entre familiares y amigos. Uno de ellos era un compañero muy cercano con quien estudié Literatura en la Universidad San Marcos y con quien trabajé en la UPC. Ese año se acabó mi relación anterior, pero también comencé la que tengo actualmente y con la que me voy a quedar. 2020 fue un año de mucha transformación… Ahora considero que las personas que me rodearon años antes, entre 2017 y 2018, que eran de UPC (donde era tutor de redacción), ex compañeros de universidad y la pareja que tenía en ese entonces, era un círculo bastante tóxico que no me ayudaba para nada. Fue una relación desastrosa, incluso mi ex publicó un testimonio que me hizo quedar como un maltratador. Fue bastante duro, me costó superarlo. Ahora lo entiendo mejor, tuve que reflexionar mucho por la forma de conducirme. En 2019, donde ya vivía solo, mi proceso de maduración me ayudó un montón y fue de golpe, y justamente chocó en mis 30 años, es ahí cuando conozco a Karen, mi actual pareja. Ella estaba en una onda bien positiva, constructiva, lúcida. Tenemos una relación bien sólida y planes de casarnos, hemos atravesado experiencias que han intensificado la relación. En ese interín fui componiendo canciones, una de ellas se llama “Despierta”, que le compuse a Karen.
En 2021, en una noche que no podía dormir, me asaltaban pensamientos acerca de la muerte. Es un tema que sigue en pulsión para mí. ¿Cómo nace esto? Porque un tío muere en 2021 y recuerdo que leía las publicaciones de mis primos lamentándose. Eso me parece inútil. Un muerto no tiene Facebook. Es algo que rebota, que no tiene llegada, es una palabra desconsolada, que queda en el aire, sin correspondencia. Es la imposibilidad, un tema que también me acompaña, la muerte, los fantasmas mentales (y creo que las personas tenemos muchos)… Hay lugares que uno no quiere visitar. Por ejemplo, cuando me acuerdo de episodios con mi ex pareja es como una habitación que se abre, pero yo la cierro, y no es solamente por no pasar por ahí, sino que ya lo reflexioné. Hay lugares que siguen llenos de telarañas, vidrios rotos… La muerte de mi tío me hizo pensar en todo eso. Esa noche me acordé de 20 poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda y me pregunté si podía escribir 21 poemas. ¡Y dije “claro”! Aunque tengo problemas de concentración, lo cual me impide a veces componer, por lo general salen cosas de golpe y lo pulo muy rápidamente. Decidí, entonces, escribir un poemario y lo terminé, de hecho lo postulé al Premio Copé, pero no gané (risas). Anteriormente, ya tenía poemas sueltos que había compartido en la Casa de la Literatura Peruana y otros recitales. En ese momento, quería grabar con el guitarrista de Mauser, banda local de metal, pero me puse muchas limitaciones por el covid. Decidí esperar. Cuando tienes el impulso de crear, no estás quieto, por algún lado tiene que salir algo, y salió el poemario que titulé Habitaciones clausuradas, aún es inédito. Es la primera vez que he sido mucho más consciente y meticuloso al escribir poesía. Es ahí cuando retomé mis lecturas de Octavio Paz, Jorge Eduardo Eielson, José Watanabe. Formulé dos proyectos más de poesía, los tengo en mente como estructura.
—Te veo más cerca a la poesía que a la música…
Ahora estoy como docente y buen lector. Las lecturas que estoy analizando con mis alumnos son Hamlet y El beso de la mujer araña, estoy empezando a leer a Alice Munro… De tercero a cuarto de secundaria, soy docente de Comunicación. De quinto a ‘sexto’ (llamémoslo así) de secundaria, enseño Lengua y Literatura. Soy profesor del Bachillerato Internacional del Andino Cusco International School, dicen que es el mejor colegio particular de Cusco.
—Después de Momentos, ¿has compuesto algo?
Sí. Hay una canción que habla mucho de mí y de lo que me pasó. Se titula “Me necesitaba encontrar”. Habla de un viaje en el que me encuentro a mí mismo, de ir a las montañas. Me gusta mucho el giro que tiene. Estéticamente hablando, ya empezaba a tener experimentaciones diferentes cuando había terminado de publicar Momentos. Recuerdo que había leído un poema de William Yeats titulado “The Stolen Child” y me pareció una suerte de antelación de lo que iba a venir después, o de lo que ya estaba empezando a suceder. Me gustó mucho la versión en inglés y quise hacer una canción con el siguiente estribillo: Come away, O human child! / To the waters and the wild / With a faery, hand in hand/ For the world’s more full of weeping than you can understand. Eso lo musicalicé, eso sería mi coro. Las estrofas pienso completarlas en castellano. Ya están listos los acordes y las notas. Quiero ir hacia esa onda de Eddie Vedder en su disco Into the Wild, ese feeling viajero, de carretera, ese sonido de guitarra de los 70’s, tipo Neil Young.
—¿Qué razones te empujaron a publicar un EP de estilo acústico y con letras bastante intimistas?
El impulso de libertad creativa y discursiva. Mis líneas ideológicas no necesariamente estaban relacionadas con Lupanar y Crimen, mis ex bandas. En Crimen compuse una canción llamada “Gritos de libertad”, que seguía el mismo tópico que propuse en Lupanar. Quería libertad al momento de presentarme, dirigirme al público, incluso de criticar y llamar la atención, la libertad de hacerlo a mi modo. Había algunas canciones que escribí a lo largo de los años y que no coincidían con mis anteriores bandas por cuestiones estilísticas.
Me acuerdo que en 2017 debía publicar el EP, pero no pude. En enero de 2018 empiezo a cocinar bien el lanzamiento, ya estaba concibiendo la idea de dibujar las portadas y me pareció que guardaba sintonía con las ferias artesanales independientes que surgieron por ese entonces. Después, contacté a la persona responsable de los eventos en la Casa de la Literatura Peruana y aceptó mi propuesta. Estaba feliz. Me dio un viernes de noviembre de 2018, horario estelar, yo puse los equipos y los técnicos. Todo fue muy hermoso porque quisieron apoyarme. Hubo gente que regaló su trabajo porque creyó en mi proyecto. Se grabó la sesión, pero lamentablemente no la tengo. Fue un despliegue bastante serio que yo antes no había tenido. Me gustó. Fue como un unplugged. Me hubiera gustado tener una presentación así con Lupanar, tenían el suficiente nivel musical para hacer algo así.
—¿Crees que hay una sobrevaloración de la felicidad, que se ha vuelto una especie de imposición que resulta tóxica para las personas?
Sí. De hecho, fue parte de mi discurso el año pasado para mis estudiantes. Y por eso me gané un memorándum (risas). Me hartaba el discurso de la coordinadora de psicología, me parecía absurdo considerar que todo tiene solución, que hay un sistema de valores que te demanda cumplir con ciertos requisitos, y dentro de eso está la estabilidad emocional, el hecho de no parar con el dolor. Y sí, resulta tóxico. Te agota.
—Tus letras me dejan la conclusión de que estás inconforme con la vida, ¿es así permanentemente? ¿O solo es una cuestión de momentos?
Fue un tema permanente antes, por las personas que me rodeaban. Yo creo que está bien atravesar momentos desagradables, pero la gente que me rodeaba estaba muy disconforme y herida, eso se contagia y no puedes salir. A partir de que intensifico mi proceso de introspección, me di cuenta que estas crisis no tenían por qué embargar toda mi vida porque lo siguiente es el sucidio… Al respecto, en Urubamba tuve un episodio muy gris: empecé a consumir marihuana por tapar huecos, fueron dos semanas muy intensas, me di cuenta que estaba tapando vacíos, y me di lástima a mí mismo, me acordé de lo que me decía mi papá y mamá. Me levanté de eso. Es diferente consumir porque tú lo controlas a que consumas porque evitas cuestiones psicológicas.
Hay cuestiones políticas que me generan mucha insatisfacción emocional. Sé que me enfrento a todo un sistema. Lo digo porque tuve una faceta de activismo político en 2016, lo cual me dio mucha más conciencia sobre ciertos temas, y al tener conciencia me hace reflexionar más, y eso me sume en una crisis, pero trato de salir de eso. Son episodios que ahora manejo de mejor manera.
—¿Crees que la música debe tener un rol político? ¿El arte puede caminar ajeno al deterioro profundo de la vida del peruano?
Siempre regreso a algunos textos. Hay unos ensayos en Contra el secreto profesional de César Vallejo donde habla acerca de estética y ética. Él hace una crítica no solo a las vanguardias, sino a esta literatura que él cataloga de servil. Vallejo señala que el artista no tiene un rol propagandístico, sino que debe estar fuera para formular una crítica con mucha perspectiva, y no estar bajo una doctrina. Creo que me acerco a eso. Si bien en las canciones de Lupanar y Crimen hay una línea política y crítica social marcadas, he tenido la sutileza de ser sugerente en las letras. Disto mucho de sonidos de, por ejemplo, La Resistencia, una agrupación de hip hop que hizo una canción contra Alan García, que ya murió, entonces, ¿qué pasa con esa canción? Algo que dialogábamos mucho en las clases de Literatura era que cuando uno compone tiene que ser muy cuidadoso al escoger las palabras porque se puede contextualizar demasiado. En ese sentido, otra experimentación que hice fue cambiarle la letra a una canción de Victor Jara llamada “El derecho de vivir en paz”, esta es la recomposición: hombre libre, a dónde vas / tus huellas no se borrarán / el tirano no te alcanzará / tu estrella brilla cada vez más / y los ríos no cesarán. Yo he querido escribir esta canción como un homenaje a Jara, pero en ninguna parte lo menciono, para mí él tiene que ser una idea abstracta que pueda estar vigente en cualquier tiempo. Si compongo con palabras muy contextualizadas, la canción muere. En cambio, como dice Victor Jara, la canción que es valiente es la que nunca muere. Ser sugerente es lo que me ha enseñado la poesía.
—Un comentario en YouTube dice así sobre Momentos: “tu música es una invitación a explorar nuestro mundo interno, a encontrarnos y reconectarnos con nuestra intimidad”. Podría afirmar lo mismo porque hace meses pasé por una ruptura amorosa, y al descubrir y escuchar tu EP la vibra de esos momentos de pesar no fue únicamente molestia, sino más bien reconfortante en cierta medida. ¿Qué piensas sobre estas experiencias de escucha?
Gracias por traer a colación eso. Creo que ese es el gran ‘pago’ por, más que componer, publicar. La composición es una cuestión muy natural en mí. Me llena de mucha satisfacción esta recepción crítica de escucha, siento que manifiesta la vigencia de las canciones. Hace unas semanas comentaste tú, y hace meses, otra persona tuvo un comentario similar. Las canciones de Momentos me hacen recordar la experiencia poética. Tal vez porque no soy un músico muy popular puedo pensar que estas personas, dentro de las cuales estás tú, decidieron ir a una especie de biblioteca, sacaron un libro que sería Momentos, y leyeron un poema que necesitaban en ese momento preciso. Resulta una feliz coincidencia que permite que estas composiciones vivan y sean interpretadas libremente. Me agrada porque se acerca a lo que es el arte.
Por otra parte, he tenido experiencias más complejas. El año pasado hice tres sesiones de live session para explicar la canción “Perdóname”. ¿Por qué? Conversando con mi pareja, me hizo dar cuenta que esta letra era, según ella, una “solicitud de una licencia para seguir causando dolor”. Si tú revisas la letra, realmente esa canción no es un perdón, es una letra que dice y se desdice. La escribí cuando era tóxico. Uno está tan sumido en que, sutilmente, tu manera de componer puede generar dolor a otras personas. Yo asumía que era una letra de perdón, pero me equivoqué. En este caso, yo fui mi propio receptor, tuve una nueva interpretación de mi letra. En una sesión de esos live session, unas amigas de mi ex pareja empezaron a comentar la publicación, a tomarse el derecho de hablar por ella sobre que yo era un abusador. Pero estaba en la madurez de comprender muchas cosas que me incomodaban, sí, pero que ya no me hacían daño. Esas personas tenían la mirada del Rosell del 2014 o 2015, y yo creo que las personas podemos cambiar. En una presentación en vivo, no recuerdo si en Lima o Cusco, utilicé esas reflexiones como parte de mi show para que las personas comprendan y critiquen las letras, que no sean receptores muy empáticos o pasivos.
—¿Qué artistas han influido en tu obra?
Collective Soul, Blind Melon, Amén, Older Sister, una banda argentina de grunge. Chris Cornell solista, la faceta de Eddie Vedder en Into the Wild, Stone Temple Pilots, sobre todo en el Tiny Music… En una segunda etapa, Sui Generis, he retomado también Spinetta y Artaud. Neil Young. El infaltable Jeff Buckley. Esa onda de guitarra jumbo clásica setentera.
—“Noche” probablemente sea el cénit del EP, tu sentir se puede palpar en carne viva con más facilidad que en las demás canciones, ¿qué habita en las noches de Roséll?
Imposibilidad. Esa canción nunca iba a salir…
—¿Cómo así?
En los devaneos de la juventud, en 2014 tal vez, conocí a una chica y le compuse esa canción porque hubo algo que me confundió, no recuerdo qué. Estábamos saliendo, ambos en plan ilegal y desleal, porque teníamos pareja. Decidí componer esa canción como final a esa historia. Pero “Noche” me acompañó por buen tiempo, porque me sucedió algo similar con otra chica, un par de años después, tampoco podía ventilar esa relación porque no era formal. Me sentía mal porque estaba haciendo daño a otra persona. “Noche” transmite ese sentimiento de remordimiento, de no ser honesto, de lidiar con algo que es incorrecto, es una lucha de la razón y lo que a veces te gana. Haces daño conscientemente. No me sentía feliz, no soy como las personas que no saben siquiera que están causando daño, o si lo saben, que tienen la actitud del psicópata, que no tiene remordimiento. La pasaba mal, eso no estaba dentro de mi esencia, sentía que siempre me iba a pasar factura a la conciencia, es algo que te arrastra…
—“Futuro incierto” cobra un relieve más fuerte y áspero en la actualidad, en el que la gente sufre un proceso de desconcierto e incertidumbre por la pandemia…
Tú como receptor estás recontextualizando esta letra, justamente porque tiene ese desprendimiento de la realidad, puede aplicarse a modo de extrapolación al contexto de la pandemia. Esa letra fue compuesta en 2010 cuando atravesaba una crisis emocional, no podía estudiar ni leer bien, estaba bien tirado al abandono. Ese año escribí dos canciones: “Futuro incierto” y “Déjame”, ambas parte de Momentos. Yo deseaba morir… Si algunas personas se sienten representadas con esa letra es porque estos episodios forman parte de la naturaleza humana.
—Cuéntame cómo decidiste dibujar diferentes portadas de tu EP para las personas que lo adquirían
Admiro a Jorge Eduardo Eielson. Él exploró en artes plásticas, además de la poesía. Otro de mis referentes es César Calvo, quien tiene una producción de poesía musicalizada. Siendo honesto, yo quise estudiar artes plásticas, no literatura, pero por cuestiones económicas no lo hice. Pensé que no sería mala idea tener una propuesta artesanal de disco, en un contexto en el cual el disco ya no era valorado por sí mismo porque todo es streaming actualmente. Consideré que tener una propuesta física era un modo de resistencia, de ir en contra de la corriente. Eso me ayudó a cumplir mi sueño de vender cosas mías, de pequeño lo quería hacer. Cuando estudiaba en el colegio Fe y Alegría, en San Juan de Lurigancho, teníamos un taller de pintura en vitral, y recuerdo que intentaba vender mis pinturas en el mercado, pero nunca me las compraron. Tenía esa frustración. Este EP Momentos me permitió eso. Me tomaba bastante tiempo crear cada dibujo, pero me satisfacía entregar un objeto auténtico que tuviese mucho de mí a todas las personas que quisieron escuchar mi música. Era una manera de contar un discurso a través del dibujo y la música.
—¿Qué palabras te merecen los actuales cantautores peruanos?
Yo creo que algunos hacen cosas que ya se están haciendo y otros son muy honestos. Por ejemplo, hay un cantautor llamado Jimmy Dorothy, de Los Olivos, que tiene una producción respetable, pero tiene una tendencia hacia el indie, lo cual no me gusta. Tiene una canción llamada “Tierno Beso de un Adolescente Argentino de 14 años” en el que su registro vocal es muy parecido al de Santiago Vega. Otro caso: Danitse, me suena a Lafourcade. En cambio, veo que Rafo de la Cuba tiene más personalidad, por más que su estilo musical sea distinto a los que mencioné. La Lá también me gusta mucho, me hace recordar mis épocas en el coro de la iglesia. De Dafne Castañeda me gusta la agresividad de su voz, tiene actitud, de todas las mujeres que he escuchado me gusta porque sale de ese registro vocal suave. Su voz es imponente. Roxie, si bien no tiene esa agresividad, tiene la melodía del canto coral, es muy técnica.
—¿Tienes en mente futuras producciones?
He dejado de tocar y estoy más concentrado en poesía. Creo que me tengo que tomar un tiempo para reflexionar. Quiero hacer narrativa acerca de muchos problemas que percibo en el valle de Urubamba: apropiación cultural, explotación a las personas por parte de extranjeros, el problema de las ONG’s que resultan una pantalla de corrupción. Con respecto a la música, tendría que pensar en qué momento grabar, reunirme con mi bajista para empezar la intención de publicar algo. Si es así, publicaré algunos singles. Ahora estoy feliz con mi vida, con mi pareja, con las caminatas acá en el valle, mis momentos de hogar. Creo que si me apresuro en publicar algo sería una cuestión de ego, de estar activo en redes, y eso no es algo que me motive. Eso no significa que no pueda presentarme en tocadas. En resumen, estoy en stand by con la música.
Gracias por la entrevista. La he leído. Pienso que es una manera de reconocerse; de recodar convicciones… y a veces, de reírse de uno mismo.
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