Escribe Erick Garay
Era enero de 1970. Unos meses más y The Beatles estaría disuelto. Era cuestión de tiempo. Los integrantes empezaban a trabajar en proyectos en solitario y la tensión dentro de la banda crecía hasta niveles intolerables. Paul McCartney publicaría en abril su álbum McCartney, y John Lennon ya había lanzado el sencillo “Instant Karma!” y preparaba canciones para un álbum suyo (el John Lennon/Plastic Ono Band, de diciembre de ese mismo año). En esas sesiones, a las que había invitado a George Harrison para colaborar, y quien a su vez había llevado a su amigo Phil Spector, productor estadounidense (fallecido el año a causa de la pandemia), famoso por su característico “muro de sonido”, le sugiere a Harrison que también se ponga a trabajar en un proyecto en solitario. Harrison tenía material, mucho material. Lo había estado acumulando durante los últimos años de la banda, en proyectos de álbumes en los que no conseguía colocar muchas de sus composiciones, en favor de canciones de Lennon y McCartney, algo que evidentemente le generaba desazones («Wah-Wah», por ejemplo, pista tres del álbum que comentamos ahora, la compuso luego de abandonar, al menos temporalmente, la banda en 1969, y está dedicada claramente a los otros Beatles). La hermosa canción «All Things Must Pass» fue ensayada en las sesiones del Let It Be, pero fue descartada de la lista final.
Cuando Harrison le enseñó a Spector el material que tenía, este se quedó fascinado con la cantidad y la calidad de las composiciones. “¡No tenían fin! Tenía, literalmente, cientos de canciones, cada una mejor que la anterior. Toda esa emoción se intensificó cuando me las enseñó. No creo que nadie las hubiera escuchado, a lo mejor Pattie [esposa de Harrison en ese momento]” [1]. Muchas de esas canciones terminaron en el All Things Must Pass, su primer álbum en solitario tras el fin de The Beatles.
Pero, ¿cuáles son esas canciones y qué las une? ¿Cuál era esa estética en ellas que no encajaba en los dos últimos proyectos musicales de The Beatles? ¿Hacia dónde viraba la música de Harrison? Sin duda se acercaba cada vez más a la espiritualidad, hacia lo místico y la creencia religiosa. La psicodelia de los sesenta, su movida contracultural y la propia experimentación de los Beatles los llevó no solo a nuevos sonidos y registros musicales, sino que también los acercó a formas diferentes de entender el mundo, la vida, la espiritualidad (lo que los llevó, por ejemplo, a la India en 1968). Harrison se acercó más que ninguno a un misticismo que creencias no occidentales le mostraban. Y aunque algunos aspectos estéticos de esos acercamientos los fuera dejando paulatinamente de lado en su arte, como su renuncia a continuar tocando el sitar —ya que, como él mismo dijo, tenía que “buscar mis antecedentes, mis raíces” [2]—, el ahondamiento en esa espiritualidad y en sus creencias personales no lo dejaron jamás. Albergar eso dentro de sí, crecer a través de ello, era una manera de alejarse de ese mundo hedonista en el que vivía y del que gustaba, aunque con tensiones, en esos libertinos y libres años sesenta y setenta. “George estaba muy comprometido con la espiritualidad india y en cómo podría liberarle de las cosas materiales que todos disfrutábamos. (…) En cierto modo trataba de no tener nada que ver con esas cosas, incluso en un sentido físico” [3], comenta Eric Clapton. Él buscaba algo más profundo, algo capaz de conectar con la esencia de las cosas, del mundo, con la paz y el bienestar, el huir de la ilusión del mundo de los sentidos; todo ello está en cada letra y cada interpretación de su All Things Must Pass.
Para expresarlo se valió de una variedad de registros musicales: guitarras con slide, coros estilo góspel, ambientes orquestales, folk, reverberaciones, hard rock, mantras hinduistas. Estos atributos sonoros le ayudaron a envolver en una atmósfera intimista y plácida a las temáticas de sus canciones.
Las composiciones calmadas que le cantan al amor romántico («What Is Life», «If Not for You») —calma que se intercala con la euforia en «Let It Down»— se aúnan a aquellas que celebran o piden reforzar el amor hacia la deidad o la totalidad, que quizá para Harrison es lo mismo: «My Sweet Lord», con su influencia góspel y sus coros de mantras indios, «Hear Me Lord» o «Awaiting On You All» y sus matices irónicos (“And while the Pope owns fifty one percent of General Motors / And the stock exchange is the only thing he’s qualified to quote us / The Lord is awaiting on you all to awaken and see”; Y mientras el Papa tenga el 51% de General Motors / Y la bolsa de valores sea la única cosa que pueda ofrecernos / el Señor está esperando a que despiertes y mires). El amor egoísta se lamenta magistralmente en «Isn’t It a Pity», canción influenciada en las tensiones entre George Harrison y Eric Clapton por los acercamientos amorosos entre este y su esposa. La tristeza creciendo oculta en nuestros corazones se advierte en «Beware of Darkness», la importancia de encarar el reto de la vida en «Run of the Mill», el fortalecimiento de la esperanza en «Behind That Locked Door». Harrison disfruta las emociones, vive sus intensidades y sus calmas, pero no se deja arrastrar por ellas. En «All Things Must Pass», por ejemplo, acepta la tristeza de los momentos grises, pero no pierde de vista el prometido retorno de los tiempos mejores.
En suma, All Things Must Pass es más que un puñado de canciones pegadizas y agradables, se trata de un trabajo de maduración conectado por la fibra viva de un hombre cimentado en su espiritualidad y su visión de la vida. Ese trasfondo, con sus certezas, sus dudas, sus celebraciones, es lo que hace quizá que el álbum se sienta palpitar y respirar en su búsqueda permanente de una conexión con el todo, de un paso más emprendido en el arduo camino hacia la trascendencia y su vastedad.
Notas
[1] Scorsese, M. (2011). George Harrison: Living in the Material World. HBO.
[2] Ib.
[3] Ib.