El buitre abrió las alas

Escribe Víctor Pérez

Describir el placer de una experiencia feliz, por más intensa que sea esta, no tiene sentido para mí. Me aburre, me gasta, se trafica mucho con las trampas de la memoria. Además, surge siempre una imposibilidad: no se puede comunicar el placer. Si escribo, por ejemplo, “jamás había sentido tal regocijo durante un concierto”, el placer que yo refiero es intransferible, único en mi experiencia sensible. De modo que ni yo mismo lo puedo evocar, aún insistiendo en los túneles de la memoria. Sí, puedo dar fe de “ése placer”, eso es seguro, ¡lo viví!, pero las características del mismo e implicancias, me resultan ajenas, y cada vez más con el curso de los días. Por otro lado, aun así consiguiera transcribir de manera fidedigna el proceso orgánico de la experiencia (el contexto, el paisaje, mi clima emocional; en suma, el recorrido integral del placer) nadie podría prodigarse físicamente la sensación que ya experimenté, a través de una simple lectura, de ninguna manera.

¿Es que exigimos demasiado a las palabras? ¿O no exigimos lo suficiente? Entre más intensa y satisfactoria la experiencia, más difícil el trabajo de comunicar, y por tanto, menos ganas de escribir. Dicho esto: realmente JAMÁS había sentido tanto placer durante un concierto, como lo que viví semanas atrás en la galería Martín Yépez del Centro de Lima, durante la presentación de Ertiub, al punto que he considerado seriamente cuánto placer soy capaz de soportar.

Para que se entienda, no es la primera vez que asisto a una de sus presentaciones; digamos que los he oído con la regularidad necesaria como para saber anticipar las características de las mismas: 1. Eventos discretos, usualmente gratuitos, comunicados con no mucha antelación. 2. En espacios subterráneos, nocturnos, o claustrofóbicos (galerías, casas culturales, huacas). 3. Una alineación triangular: Buitre, en la guitarra, Sun Cok en el bajo, y Neto en la batería. 4. Un set list sólido, inamovible, que inicia con el torrente melancólico de “Off” y que culmina con el track tal vez más entrañable para sus seguidores: “Caricia Mental” (¿alguna vez podré oír «Escapando solo por el mar» en vivo?). Y una presencia hermética, que los envuelve en un halo de misterio por no tomar la palabra ni siquiera para presentarse o despedirse (una bella voz pregrabada lo hace por ellos). De manera que la presentación de esa noche no tendría que haber sido distinta, a no ser porque se trataba de uno de sus primeros conciertos luego de casi tres años de silencio pandémico; porque fue la primera vez que los oí tomar la palabra (Sun Cok agradeció los 20 años), o porque tal vez yo mismo era diferente.

De plano, diré que, como un hombre feliz, he olvidado detalles de la experiencia; como si lo experimentado hubiera ocurrido muchísimos años atrás y no apenas hace unas semanas. Pero puedo darme algo de contexto: sé que llegué a la galería suavemente alcoholizado por el vino dulce de una ceremonia anterior. Que recorrí una exposición de arte contemporáneo que me afectó muy poco. Y que, en general, percibí que básicamente todos estábamos “haciendo hora” frente a las pinturas, en la espera de la banda. Más tarde llegaron mis amigxs; D. observó: “Hay demasiada gente blanca”. Luego salimos por un momento del espacio para tomar un poco de aire o reunirnos con gente de otro color.

Aquí es donde empieza la experiencia definitiva, donde los recuerdos parecen proyectados sobre una sábana en llamas, en constante ascensión. Cuando retornamos a la galería, la banda ya estaba casi instalada; nos unimos al ciego tumulto, rostros humanos que intentaban permanecer sobre sus cuerpos que se desvanecían. Me pareció que el espacio también empezaba a distenderse. El sonido, en cambio, se abrió feroz: “Off”, el primer track, había iniciado, sucediéndose canción tras canción, sin interrupciones. Esto es un fragmento de lo que escribí el día siguiente:

“Recuerdo la silueta de Sun Cok contra la luz del proyector, la estilizada sombra de sus dedos caminando sobre las cuerdas del bajo. Pero especialmente recuerdo a Buitre, el pensamiento de que en verdad parecía la genuina encarnación de un gallinazo descomunal lanzando gruñidos salvajes a través de su guitarra, por lo que en cierto punto del concierto imaginé que había desplegado unas alas gigantescas desde la espalda, al punto que tuve que decirlo en voz alta: ‘el buitre ha abierto las alas’ a fin de confirmar en una sonrisa ajena que –en efecto- solo se trataba de una alucinación mía.”

Desde luego, estaba drogado; esa noche fue la primera vez que los oí en ese estado. Ya ahora, cada vez más lejos de ese día, puedo entender que si bien no podemos recuperar el placer, se puede pensar sobre el placer. Parafraseando a Victoria Santa Cruz, cuando cesa la acción, nos queda siempre el análisis.

Nunca había pensado a Ertiub, nunca tuve esa necesidad, uno no piensa lo que ama. Hoy lo hice, mientras andaba por el camino que conecta la puerta 1 de la Universidad San Marcos y la avenida Faucett (es preciso que mencione este lugar, fue aquí donde oí hablar de ellos por primera vez); sin embargo, aún cuando quise profundizar en los aspectos estilísticos de la banda, solo pude hallarme a mí mismo descubriendo la íntima presencia que ha tenido su música en mi vida. Es que Ertiub fue para mí el encuentro con la vanguardia, una vanguardia que realmente podía entender, o en otras palabras, que me afectaba de manera directa, sin pretensiones. Una vanguardia con sentido, con alma. ¿Tú sabes lo que significa para un muchacho sin más influencia que el pop o el rock alternativo de la radio, con amor vivo a las canciones de Libido y Mar de copas, escuchar de pronto “Caricia Mental”? ¡Dónde! ¡Cuándo! ¡Cómo es posible que esto también sea la música! Es que es inenarrable… su sonido, el carácter audiovisual de su puesta en escena… pero sobre todo, descubrir que los sonidos que oía con rencor, sonidos de una ciudad que me negaba a conocer por miedo a lo hostil, podían adquirir un sentido y volverse música.  El llanto de un niño, la sirena de una ambulancia, un huaynito ayacuchano, la interacción telefónica entre una trabajadora sexual y su cliente, etc… , ahora incorporados estéticamente sobre la atmósfera que evoca una guitarra, líneas de bajo poderosísimas y una percusión que podía virar sin ningún problema desde ritmos del jazz hasta el rock más duro y vertiginoso.

Me parece que en gran medida esto es Ertiub: una mirada a veces amorosa, a veces desencantada, hacia las posibilidades del desorden; sonidos que se amalgaman, se interceptan, se violentan, se destruyen, son extraídos de la realidad y conducidos a través de la música en atmósferas sonoras o disrupciones. Lo que remite necesariamente al propio desorden de la ciudad, una Lima que se mezcla a sí misma de manera infinita. Estética del caos. La música para conducir el desorden y otorgarle un sentido. O en su defecto, recurrir al sentido inverso, es decir, ir desde la armonía hacia el profundo caos, como en la versión en vivo de «Caricia Mental» [1]. El sonido de Ertiub es la interacción entre el orden y el caos, el amor y el miedo, la esperanza y la desesperanza.

Asimismo, una mirada atenta, que puedo comparar a la de los gallinazos, quienes miran la ciudad desde los cielos (¿cuánta ciudad cabe en sus ojos?), y a la vez, urdir en lo pútrido, lo obsceno, a propia voluntad. Un animal que devora las imágenes y los sonidos de la urbe, sigilosamente, en silencio. Aunque arroje también una postura crítica, no desde la concientización forzada o la superioridad moral: mirar simplemente, mirar sin juzgar, entender.

Reconozco que Ertiub está demasiado dentro de mi fuero interno. Y hay cosas que están en mi alma que ni siquiera puedo ni me interesa comunicar. Sospecho que la crónica aquí termina para ustedes. No para mí.


Notas

[1] De hecho, en este track queda manifiesto de forma más evidente lo que refiero líneas atrás. Los dos riffs reconocibles que arman la canción, representan una antítesis. Por una parte, un riff ciertamente oscuro, rabioso, urgente, y luego un rasgueo cercano más bien a la ternura, a la luz, al amor. Finalmente, la desaparición de ambos sonidos en un desorden voluptuoso, desde donde emergerá eternamente el himno del país.

Fotografía de portada: Oscar T. Kobayashi Seki

Un comentario sobre “El buitre abrió las alas

  1. Y si no nos esforzamos en buscar las palabras perfectas y solo fluimos como con una ‘caricia mental’. He disfrutado de tu relato con toda tu honestidad y la visualización de ti mismo.
    Gracias por compartir experiencias y sensaciones, los agrego a mi lista droguería mental jaja. Un abrazo.

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