Quienes presenciaron “Extrañamientos” vol. 2, escribieron breves impresiones sobre lo vivido. Como repositorio del calor humano reunido en torno al sonido, aquel viernes de hielo. Como una liberación de la experiencia comprimida en el espacio. Para crear una memoria de la experiencia musical colectiva que Espacio Sonido organizó. Para reimaginar creativamente, siempre, la práctica de la escucha musical, tan escasa en Perú.
Jonathan Estrada (Solobones): ¿Qué se pensaría de escuchar música tendido en el suelo, en algún salón arrinconado de un claustro cuatricentenario? ¿Qué se pensaría de que aquel espacio esté acondicionado con unas ralas lucecitas y algunos edredones desparramados en el suelo? ¿Qué se sentiría al ingresar y escuchar vibrante y enclaustradamente a Damo Suzuki, de la banda alemana Can, berreando esos 18 minutazos de “Halleluwah”, del más que inquietante y ya clásico Tago Mago? Asumo que los actos subversivos han pasado de dejar pintas en las paredes y proclamar vivas a un cachetón megalómano, y hoy el orden se resquebraja realizando un acto tan bello y sencillo como escuchar. Menos mal existe la irreverencia de la mocedad, menos mal existe San Marcos, menos mal existe un espacio que vincula el sonido, al acto más honesto de resistencia…

Surhama Cazorla: El evento se percibió como una galería de arte, al cerrar los ojos podías transportarte de exposición en exposición. Cada paso te sumergía en un nuevo universo de sonidos, visiones y sensaciones musicales que se entrelazaban en una experiencia multisensorial. El ambiente era acogedor y cálido, me hizo sentir cómoda y bienvenida desde el primer momento. Como un colectivo amable, las miradas de los presentes parecían decir: “Hola, ven, siéntate y abrígate con tu mantita”, creando una atmósfera de inclusión y seguridad.
Erick Garay: Vuelvo a un salón sanmarquino luego de siete años. Esta vez es diferente: no hay sillas, ni pizarras ni docentes. El ambiente ha sido intervenido para una experiencia distinta de la de la cátedra más estándar. Invita a echarse en el suelo alfombrado, apoyar la cabeza en alguna almohada, hojear algún libro iluminado por esa cálida luz de pequeñas bombillas mientras la música previa al evento se sucede en los parlantes. Minutos antes, me había encontrado con gente que no veía hacía años, en Tubos, en los pasillos de la facultad. Van al salón en cuestión, el de la sesión de escucha. Una vez allí, cuando la gente va llenando el espacio, siento un elemento adicional de calidez en el ambiente. Amigos míos, o amigos de mis amigos. Me siento cómodo, parte de un grupo. No quiero decir, aclaro, que la mayoría fuera gente conocida, al contrario, eran desconocidos, pero la idea de estar todos allí, reunidos simplemente para escuchar música, le daba un tono de complicidad tranquila a lo que vendría.

En algún momento se apagaron las luces. Cerré los ojos. Los mantuve así. Poco a poco mi pensamiento fue abandonando las palabras, las ideas, para dejarse llevar por una corriente de sonidos, de música; no pensaba, por ejemplo, “ha acabado una pista y ha empezado otra”; había silencios largos y cortos, o no los había, en una sucesión única de sonidos. Y mi pensamiento estaba ya en pausa. Mi mente, tan pegada siempre a las palabras, necesitada de ellas para procesar el mundo, para transmitir mi experiencia de él, las había abandonado, tranquilamente, naturalmente. Ahora que lo escribo, no recuerdo haber experimentado eso en mucho tiempo. Ocurrió en las pistas sin voz —tal vez en el primer bloque, de música internacional, aunque ya no estoy seguro—; no había voces que trajeran significado, el sonido era el significado mismo. Tampoco me importaba de dónde se creaba la música, si era electrónica, o de qué instrumento o artefacto se emitía. Me sentía rodeado de un manto, en un lugar donde solo hubiera sonido, donde solo tuviera el sentido auditivo y no extrañara en absoluto los otros. Y yo estaba avanzando en esas ondas, a las siguientes, y a las después de ellas… Es difícil decirlo con palabras. Bueno, estas, en algún momento, volvieron. No sé si de mi mente o del exterior —como con alguna composición donde intervenía la voz humana. Pero el cambio no fue brusco; fue más bien la suma de elementos que volvían, que me recordaban que también eran parte del todo. Fue como cuando una marea mansa te regresa a la orilla, y te recuerda la textura de la arena, o el peso de tu cuerpo en una superficie no acuosa.
Maricielo Pérez: El bloque peruano me hizo volar. Es increíble cómo fluyeron las emociones, desde la ensoñación de Rafo hasta la indignación de El Dedos. Desde mi lugar, echada en el piso, con la oscuridad a favor de mi timidez, me movía en ese espacio e ideaba escenarios con personas extrañas. Fue mágico.

Gabriel Carbajal (h a b ø): Llego. Toco y entro. Observo; el tacto de lo que veo. Personas sentadas esperando el trance, ese, el de abrir las puertas inmersivas de sus cerebros. El ambiente es cálido en contraste con el frío concreto del servicio público, se infiltran ruidos pero el ambiente es cálido aún. Extraña la sensación de espera, mente abierta, miedo al lado, viento helado. Sigo el tacto de lo que veo, todo listo; segundo bloque, el de los peruanos, me salté el primero por comprar un vino seco; viento helado en el ambiente cálido y empieza como tocando, así como yo entrando, pero inmersivo a mi mente sonando. Flota sobre el piso, cruza con tu escucha e irrumpe en tu cuerpo el inconforme sentir de la realidad impregnada, resignada; terminó y ese fue el mensaje.
Luz Cáceres (luxsie): Las ondas suaves y arrebatadoras de “Extrañamientos” vol. 2 rompieron la cápsula de mi letargo. Me cautivaron y liberaron simultáneamente con su trance melancólico y sensual. Entre los pies y el techo que se extendían en blanco, la música abrió mi mente a cambios abruptos que resonaban y se dibujaban en mis pensamientos. Experimenté una satisfacción profunda en mi desarrollo espiritual, integrándome en lo desconocido y desafiando convenciones. Frecuencias, ritmos y timbres me llevaron a una nueva síntesis compuesta de múltiples capas de percepción y emoción. No hubiese sido posible sin la manifestación/conexión colectiva.

Matías Loayza: Creo que la música es un puente con la capacidad de conectar memorias en una sala donde nadie se conoce, aún en tiempos de profunda división: “Extrañamientos” lo reafirmó, fue una experiencia que encontré en el frío distante de Lima como un lugar de regeneración, una forma de resistencia frente a la estandarización; desde la autenticidad, la disidencia y la sensibilidad. Era música nacida en la disrupción, una climática escalera sensorial. Me recuerda a quiénes fuimos antes de la era digital, cuando podías sentarte en la oscuridad a escuchar, entre el pulso visceral, el ruido suave de una radio antigua y los discos de una banda local llamada Insumisión. Sonaba un rap como de los 90 escrito por gente inconforme al sistema, un ancla al recuerdo de la migración y los audífonos de cable en la ventana del micro. Lof Less hizo vibrar la guitarra con un arco de violín, un pulso de ensueño. Y durante Las Horas de Valeria Aragón sentí esa intersección vivencial entre imagen, palabra y sonido; en palabras de uno de los chicos: era como estar dentro de un cortometraje. Es valioso escuchar música con otrxs en silencio, porque es un lenguaje implícito.
Pienso en el valor de este espacio como la ruptura de creencias tradicionales sobre “hacer música de verdad”, y en que lo único que la define es su capacidad de transmitir. Quienes tocaron fueron la inspiración de un otrx. Y eso es maravilloso. Atreverse a compartir, tal vez por eso llegamos allí. Pienso en cuánta gente necesita esto un segundo de su vida para poder seguir. Agradezco esas horas infinitas. Porque esa es la forma en que la música tendría que escucharse: sintiendo. Y porque es el motivo principal del porqué hacemos lo que hacemos. Creo que la música es hogar. Es movimiento, necesidad, urgencia. Tener algo muy grande que expresar. “Extrañamientos” fue la celebración de todo ello, y espero que siga siendo el tejido vivo de quienes deciden no encasillarse en moldes establecidos, desde el amor por hacer (y ser).

César Zevallos: “¿Qué es lo que tratan de transmitir?” Al finalizar la sesión para dar paso a las intervenciones en vivo, esa pregunta me encontró desarmado. No la esperaba, pero intenté responderla. “Buscamos inquietar, estimular…”, algo así respondí, no lo recuerdo. Y no es inexacto, porque intentamos generar ese tipo de dudas. Pero me quedé con la necesidad de ahondar en mi respuesta. En la inmensidad de las sensaciones que se escapan en el espacio, ¿cuál es el hilo conductor, a dónde se supone que uno debe llegar en esta travesía? Creo que la duda iba por ahí. La pregunta, por lo tanto, no cuestionaba la finalidad de la sesión, sino que trataba de entender el extrañamiento que ha generado en esta persona, cuyo nombre desconozco pero sé que es amigo de Víctor. Pienso que ha esperado encontrar un mapa para guiarse entre tantos sonidos reverberando; identificar si lo que siente, es lo que nosotros buscamos, si la experiencia es correcta o se ajusta a nuestros objetivos. El problema (¿o la principal virtud?) es que el sonido no puede verse, no se puede determinar alguna especie de objetividad en su apreciación, de modo que ofrecer como respuesta un mapa, una ruta, sería completamente inútil y hasta burdo. Por eso el sonido me parece mucho más sugerente y atractivo que la imagen. Por eso, 4ever extrañamientos, 4ever Espacio Sonido. Nada más.

Dafne Castañeda: Cuando suelo escuchar música o buscarla, lo hago desde la soledad, la mayoría de las veces. Tengo muchas sensaciones y emociones cuando soy testigo de los sonidos que suceden en el presente, al oír una canción. Me he preguntado si todos somos capaces de eso, de procesar la escucha conscientemente. “Extrañamientos” es asistir a un lugar para dedicarle tiempo a la escucha. Me alegra que haya sucedido. Me alegra ser testigo de eso.
Romper con el orden de una canción es algo que experimenté ese día, al final del evento junto a Ricardo (Lof Less). Solo nos propusimos pensar en máquinas grandes, espacios vacíos, países vacíos, ciudades vacías, la noche, el frío, la oscuridad y la ausencia humana. No había una canción, no había letra, no había que agradar; sin embargo, nos abrazamos a la armonía y al sonido que trae una máquina funcionando. ¡Eran nuestras mentes funcionando! Recuerdo que terminamos el jam porque nos cansamos y era mejor terminar que aparentar. Ese día amé la electrónica y a mí también, un poco más.
Fotografías por Maricielo Pérez

Un comentario en “El extrañamiento no termina”