Por Erick Garay
A mind can blow those clouds away.
George Harrison, “All Things Must Pass”
La última sesión de escucha de Espacio Sonido, Extrañamientos vol. III, albergó dentro de sí una pregunta y una certeza, ambas en curioso diálogo y alimentándose una de la otra como un ouróboros conceptual. Las dos se manifestaron con palabras al final de las sendas secciones del evento. Cuando acabó la primera sección, el setlist, la pregunta fue ¿cuál es el hilo conductor temático —que sí lo hubo, pero que no se nos reveló— de tal curaduría musical? Cuando acabaron las presentaciones en vivo, la certeza fue —César mismo, la cabeza del equipo, lo dijo— Espacio Sonido ha muerto. Era el fin de todo. Era el final de este medio/colectivo/proyecto/anhelo/relinche/sonido gutural.

Déjenme contestar la pregunta del setlist ahora mismo (igual, es solo mi suposición). Yo creo que el eje era el erotismo. La sensualidad. Ese placer a partir de sabernos corpóreos y desear sentir esa corporeidad, otra y nuestra, en el momento exacto de su dulce diálogo. El eros. Es curioso, pero Espacio Sonido decidió despedirse, morir, hablándonos —desde la música— de la pulsión de vida. ¿Qué nos decía esta invitación en el mismo momento del adiós? Aquí algunas impresiones en una crónica de una muerte solo al final anunciada.
Antes de las canciones, hubo una suerte de introducción: un audio de una voz femenina entre esperanzadora y reprensiva. “Te vi entrar”, oigo, algo de “me gustas”, al fondo: ¿una música como de cantina?, y en la propia voz, un subtono de llanto, “¿te gustaría conocerme más?”, pregunta. ¿A dónde vamos?

Mmm, mmm, mmm, oh, oh, oh. Así abrió el setlist —ya tal cual— “Body Language”, de Kali Uchis. Ya las luces estaban apagadas, ya las personas se echaban o sentaban cómodas en el Centro de Estudiantes de Arte, de la Facultad de Letras de San Marcos. I wanna go if you wanna go. Era una invitación a hacer el viaje —sin saber qué nos esperaba al final, al otro lado—, a dejarnos llevar por la música y sentir. Estoy enferma y cansada de hablar, cantaba una voz arrulladora y sensual. El resto está en el lenguaje del cuerpo… ¿No? Esta podría ser una manera de definir la música: como el lenguaje del cuerpo, de los cuerpos, las vibraciones que generan las cosas al interactuar entre sí. Esta canción transmitió un lenguaje calmo y divertido a la vez, con la vaporosidad que se encuentra al desprenderse de los pesos y jugar, en ese descubrimiento del erotismo como una interrogante de irresistible formulación y búsqueda de respuesta. I wanna know who you are… Así, just come closer…
Como un corazón acelerándose, descubriendo el placer de esa velocidad en aumento. Eso me pareció “Stuck in My Skin”, de Luxsie, la segunda pista. Un sonido entre espacial y electrónico, urgente y disimulado, con reverberaciones, ecos, y una voz como un componente aunado a una gama de sonidos de un caudal crecido. La artista estaba presente. En una invitación a los demás sentidos, encendió una vela de una pareja besándose con un palillo de incienso. El olor de este lo fue esparciendo por diversas partes del lugar del evento.

Aletargado, dejándome llevar jalado del brazo. Y una voz remarcando que ella me ama. Y luego su contrario: she loves me not. Y así, dos certezas opuestas conviviendo en un entramado que te mece entre el arrullo y la nostalgia. Es “Green Hazed Daze”, de A.R. Kane. La canción se tensa, un placer doloroso, unas punzadas cerca al final, pero la voz que no se deja acallar, mi brazo sintiendo aún la presión, aunque la mano que lo aferraba ya no esté, o eso parezca.
Más personas llegando, sombras en el techo, figuras en las paredes. Rostros conocidos. Pero volvamos a la música.
Una voz que difícilmente se pueda confundir: Cerati. ¿Soda Estero? En ese momento no tenía la certeza. Qué importaba. Era un trayecto del camino por los sonidos del rock. La batería potente. Las guitarras. Por ahí unos leitmotivs electrónicos. Con el sol de abril / y sin saber por qué / Estoy sudando en nuestra fe / que no para de crecer… “Nuestra fe”, Soda Estero. La voz se va, los instrumentos nos envuelven, algunos coros lejanos, sampleados, luego la voz vuelve… El poder de nuestra fe.

Y mientras que en “Dissolved girl”, de Massive Attack, una voz femenina parece confiarnos en un canto entre susurros que “cree que está perdida de nuevo” o “necesito un poco de amor para aliviar el dolor”, en “Dale mambo y reggae”, de DJ Warner y DJ Motion, la voz es un instrumento percusivo que nos trasmite un deseo corporal con la urgencia de satisfacerse. La voz se corta, se repite, se juega con ella en una sucesión accidentada, donde el sonido se come el significado, en una pulsión sexual vuelta ritmo. En la canción de Massive Attack, en algún momento la cantante nos dice, misteriosamente: Podría fingir, pero todavía quiero más, antes de darle paso a una explosión de instrumentos. En “Dale mambo…” me parece que hay algo similar, pero desde la diversión de la ingenuidad: ese deseo adolescente de placer erótico interminable, esa conjura con perreo —con música— de la finitud que es el orgasmo —la petit mort—. ¿Vamono pal suelo? ¿Pero en qué sentido? Vamono pal, vamono pal, vamono pal. Por cierto, alguno que otro aprovechó esta canción para “tomar aire”.
Las últimas cuatro canciones fueron: “Is It Cold in the Water?”, de Sophie, que fue como una dichosa incertidumbre que uno descubre en los terrenos del amor (en mis apuntes: ¿qué viaje es este? / de pronto me siento algo perdido/ I’m falling); “Sex Drive”, de Tricky, dura y festiva y caótica y algo onírica, como si el eros fuera una droga de la que he tomado una sobredosis; la dulce y sexy “Cherish”, de Yves Tumor y el dichoso jazz “Goodbye Pork Pie Hat”, de Charles Mingus…

Me recuerdo ahora echado en el piso del lugar, con los ojos cerrados, moviendo las manos, sin pensar en nada concreto, y creo que esta crónica tiene algo de artificio, porque el viaje que hice fue sin nombres de canciones o artistas, sin tener la certeza de si había terminado una composición y empezado otra, sin llenarme la mente de palabras, sino de sonido y sensaciones. Recuerdo que terminó la música —el susodicho jazz— y la sensación que me quedó la traduje al lenguaje de las ideas como “un calmado final”, y luego: “un aquietado erotismo”. Ahora, es inevitable, sí se me vienen palabras. Este es otro lenguaje, y podría decir, por ejemplo, que la composición de Mingus fue como el goce calmo luego del sexo, que no teme, como antes hemos notado, el término, sino que dichosamente se regocija en él, se estira en él, como si ese deseo estuviera dándose un descreído bostezo…
Estas son palabras, figuras.
Es la manera que he intentado, las veces que he escrito para Espacio Sonido, de transmitir lo que es para mí la música. ¿Lo habré hecho bien? ¿O estoy simplemente intentando infructuosamente traducir de una lengua a otra, donde la dificultad no radica en encontrar el término equivalente de otro, sino en que el elemento de una cultura, entendible en su lógica, se pueda visualizar, al menos intuir, en otra, con su lógica también particular?

Son cosas que uno se pregunta cuando de pronto se da cuenta de que algo ha acabado. Ahora sé que Espacio Sonido ha muerto. En ese momento no lo sabía. En ese momento, se dio paso a las presentaciones: una igual de estimulante mitad del evento con los músicos Habø, Luxsie y, como su cantante dijo, “lo que queda” de Fútbol en la Escuela. Le ahorraré al lector más y más impresiones —palabras, palabras—, y lo invito a que escuche el lenguaje de esos artistas, en grabaciones o en vivo.
¿Qué queda por decir ahora? Se acabó la sesión de escucha, se acabaron los Extrañamientos y se acabó Espacio Sonido. Y yo aquí debería acabar esta crónica ya. Una crónica de una experiencia musical creada, de seguro, con la conciencia de su finitud. Pero es como si, al recordar Extrañamientos vol. III, no estuviera dejando que se acabe, ni que se acaben las sesiones de escucha, ni que se acabe Espacio. Y es como si algo en este proceso de escritura, si aún hay unos cuantos al otro lado… sea un modo de contagiar el espíritu de las sesiones de Espacio Sonido, de los mismos fines de Espacio Sonido, o el espíritu inconforme que lo animaba y animaba a sus miembros y cómplices.

Tal vez el fin de Espacio haya sido contagiarnos su dichosa rabia, en un último afecto erótico con el que nos decía adiós. No todo es música, me dice César, cuando le pregunto si realmente Espacio ha muerto. Y es cierto. Esta vez fue la excusa para crear desde ella, escribir, reflexionar, moverse, hacer música misma… ¿Cuál serán las próximas excusas? ¿Qué creaciones nos esperan? Quiero pensar que Espacio Sonido se ha expandido. O, en todo caso, que sus límites se han diluido en algo mayor, pero cuyo recuerdo aún nos interpela, como en el silencio que te da la palabra cuando acaba una canción y que sientes la necesidad de llenar. ¿Qué diremos ahora? ¿Dónde se encontrarán nuestras palabras, nuestras acciones, nuestros impulsos? La mente, al menos, ya está atenta, despierta, estimulada. La reflexión es inevitable; también, la búsqueda, la expansión, la dicha. Tal vez quede, estos primeros días, una leve sensación de ausencia. Tal vez se nuble un poco el porvenir. Pero confío en las mentes, en unas mentes que pueden apartar todas las nubes.
Fotografía de portada: Diego Vargas
