Reseña por César Zevallos
El 18 de febrero de 1969, el músico afroamericano Miles Davis (figura de influencia indiscutible para conocer el jazz del siglo XX) concibió In a Silent Way en una sola sesión de tres horas, en un estudio de Nueva York. Queda registrado aquí su excepcional destreza en crear un nuevo sendero por entender y explorar, o si se quiere un nuevo tratado, en el jazz. Un disco colosal, de una belleza genuina y flamígera, fruto de la sabiduría de un hombre que ha emergido de la oscuridad y ha aprendido el arte de la magia y los ritos ocultistas: su música está hecha para alzar vuelo, silenciosamente, en la noche; asir el infinito o morir en el intento.
Parte I
– “Shhh”: sensación polirrítmica singularmente atractiva. Una mixtura de instrumentos de encanto mágico, una fusión de sabores que afila los sentidos y avanza de forma levemente trepidante. Todo aquí funciona como seductora introducción al espíritu del disco.
– “Peaceful”: compleja armonía instrumental, plena y placentera. De una progresión vital que incide en el goce colectivo. La dulce espesura del jazz fusión; su hipnotismo salvaje. Esta canción ejemplifica que el todo es más que la suma de las partes: los instrumentos son geniales por cuenta propia y, además, son interdependientes en la medida que expresan algo más elevado que ellos mismos.
Parte II
– “In A Silent Way” (se oye al inicio y al final de esta segunda parte): imagina balancearte plácidamente en una hamaca, en medio de una playa oscura, escondida de la urbe y aparentemente libre de la presencia humana. Jazz fusión con texturas tan oníricas como compactas, jazz fusión que establece un diálogo sugerente con la música ambiental.
– “It’s About That Time”: territorio de ensueño que te hace recordar que esto es primordialmente placer sensorial. Oscilante y misterioso, como el tiempo, con un estilo ameno y edulcorante, sobre todo al final. Nuevamente, cada instrumento brilla y hace brillar a sus similares.
