Antropología de un GAAA

Crónica por Julio Hermoza
Diseño de portada por Víctor Pérez

I. UN GAAA REFRENADO

Cuando César, los ojos rojos, una chata de ron en la mano, me propuso contactar a la profe Delgado para organizar una sesión de escucha en nuestra vieja facu de Letras, yo le dije que sí, que llego, llego, recontrallego, causa, sin saber que, lastimosamente y por partida doble, no llegaría. No llegaría a la reunión virtual que posibilitó la realización de la sesión de escucha. Ni mucho menos llegaría a la sesión de escucha en sí.

Aunque esto último, hablando en rigor, de momento es solo una hipótesis: una conjetura carente del peso ontológico de las certezas.

Me explico: el evento “Extrañamientos” volumen II —ese es el nombre de la sesión de escucha— se está realizando ahora mismo, tal como se tenía previsto, en el aula 14A de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; y yo, por mi parte, sigo en el interior de este bus, de pie e incómodo, comiéndome el embotellamiento infernal que suele producirse a estas horas (6 p.m.) en la avenida Universitaria, lo que me lleva a suponer que no podré llegar a la sesión de escucha, del  mismo modo que tampoco pude llegar a la reunión virtual en la que César, la profe Mónica y Víctor —un amigo en común— terminaron trazando las directrices finales de este evento. No obstante, como indicaba líneas arriba, este supuesto es solo una realidad ficcional y contingente, sin asidero aún en el mundo fenoménico; lo real, lo único brutalmente real, es el hecho de que sigo encerrado en un vehículo de mierda que no se mueve y que, por extensión, tampoco avanza. En eso se parece a mí, ¿o soy yo el que acaso se parece a él?, reflexiono, existencial, los dedos apretando el pasamanos, las piernas adoloridas de tanto estar parado.

***

Son las 7:30 p.m. y finalmente acabo de llegar al 14A. El salón está completamente cerrado. La puerta, sin embargo, tiene una rendija desde la que se puede ver el interior. Eso hago: ingreso la mirada por la rendija y reparo en que el salón donde se está realizando la sesión de escucha está totalmente lleno. Un éxito rotundo por donde se vea, pienso. Y acto seguido saco el celular y, en el grupo de WhatsApp que tengo con César y Víctor, dejo un mensaje pidiéndoles que me abran la puerta. Víctor escribe: lánzate un gaaa por la rendija. Me gusta su propuesta, de hecho lo evalúo durante un rato, pero las personas que están a mi costado, y que al igual que yo parecen haber llegado tarde al evento, me terminan disuadiendo.

Como en la puerta había un comunicado en el que se nos advertía a los tardones como yo que no toquemos la puerta a efectos de no interrumpir la experiencia de los escuchas, decidí ir al baño y luego, como quien no quiere la cosa, caer un rato a Tubos, donde según tenía entendido se estaba realizando una suerte de tocada punk. Así es como he terminado aquí, friccionándome con desconocidos, en medio de un pogo que aunque no es tan salvaje sí es peligroso porque a tan solo un par de metros hay un hoyo excavado en la tierra, vaya a saber dios a quién chucha se le ha ocurrido dejar un foso así, sobreexpuesto como una herida abierta, me digo, pensando en lo inseguro y riesgoso que podría resultar para la comunidad sanmarquina toparse con dicho agujero en una zona tan poco iluminada como Tubos… Y justo cuando voy a cruzar la variable A (el hoyo recién excavado) con la variable B (las pocas condiciones lumínicas de Tubos) y obtener unos hallazgos interesantísimos (¿?), un tipo muy joven me empuja exactamente en dirección al hoyo, provocando a su vez que yo, por pura reacción en cadena, termine abalanzándome sobre una chica aún más joven que él; pero precisamente porque la chica es muy joven, y la juventud y la flexibilidad suelen ir de la mano, ella realiza un pequeño amague y sale bien librada: cae de pie en tierra firme. Yo, por el contrario, como joven ya no soy, y la flexibilidad jamás ha sido una de mis virtudes, caigo de lleno en el hoyo. A los pocos segundos, casi al instante, unas manos amigas me ayudan a salir del hoyo y me reintegran rápidamente al pogo, a esa danza frenética que a estas alturas ya perdió todo su sentido comunitario y festivo: acabó el tiempo del rito colectivo, comienza el tiempo de la vendetta. O al menos así es como yo lo visualizo en mi mente: me veo a mí mismo buscando al pendejazo que me empujó al hoyo y haciéndole exactamente lo mismo, solo eso, fin, yo feliz, pacificado nuevamente conmigo mismo. Lo cierto, sin embargo, es que, como mencioné arriba, joven ya no soy, y después de la caída las piernas ya no me dan para seguir pogueando, así que tras sopesar pros y contras decido absolver de toda culpa a mi agresor y dirigirme a la facu de Letras.

Estoy nuevamente parado afuera del 14A: la puerta completamente cerrada. Luego de escribirles a César y a Víctor que me dejen entrar al salón, deciden al fin abrirme. Ingreso al aula. La atmósfera del lugar, junto con la tesitura de los participantes y el espíritu que gobierna todo el espacio, me sobrecogen y me maravillan a partes iguales, sobre todo porque las estelas que los sonidos dejan a su paso se encuentran en constante…

[Aquí se corta la narración. He decidido no seguir relatando los pormenores de la sesión de escucha, porque aunque dicho evento colmó enteramente mis expectativas y satisfizo mi alma en grado sumo, la intención del presente texto es acercarme tangencial y no directamente al evento.  No obstante, si usted estimado lector está buscando leer artículos, crónicas o pequeñas estampas impresionistas sobre lo que fue propiamente dicho “Extrañamientos” vol. II, puede omitir el desenlace de este relato y pasar directamente a los otros textos. Les aseguro que gozan de mejor salud y poseen una calidad literaria muy superior a esta ¿crónica?]

II. UN GAAA LIBERADO 

Es medianoche, la sesión de escucha culminó hace dos horas, y los ingenieros con los que estuvimos compartiendo cervezas y reflexiones acaban de retirarse. Ahora solo quedamos tres, somos los mismos del inicio: Víctor, César y yo. Como ya no tenemos un itinerario claro y no sabemos a dónde ir, decidimos enrumbar a Pando en busca de más alcohol o lo que sea que encontremos por el camino. La consigna es sencilla: celebrar y evadirnos. Celebrar por el rotundo éxito de “Extrañamientos” vol. II. Y evadirnos de la monotonía de los días laborales, de nuestra condición de asalariados precarizados.

Mientras nos dirigimos a nuestro reciente destino —Pando 9° etapa—, pienso en los ingenieros con los que estuvimos chupando: en lo monotemático de sus bromas, en la liviandad de sus reflexiones. Aun así, o precisamente por ello, la experiencia nos terminó resultando muy entretenida a todos nosotros. O mejor dicho, a casi todos nosotros. Porque definitivamente a Víctor todos esos ingenieros solo le resultaron irritantes. Tan irritantes como la docena de borrachos que ahora mismo acaban de salir de la puerta 2 de San Marcos y que tengo frente a mí, me digo. Y acto seguido, como si me leyera el pensamiento, uno de ellos se me acerca y me pregunta: ¿Lumbreras tenía razón o no? Rápidamente lo examino, y como su rostro se me hace familiar, le respondo con extrema naturalidad. No, le digo, no tenía razón. Repentinamente se acerca otro borracho y lanza otra pregunta: ¿Y Ruth Shady? A este no lo miro ni mucho menos le respondo: continúo caminando. César también hace lo mismo, aunque a diferencia mía, él camina en línea recta. Víctor, por el contrario, detiene la marcha y se queda estático. Contra todo pronóstico, el que usualmente sería el primero en apartarse del epicentro de la locura y el desquicio, esta vez decide quedarse ahí, inmóvil, fijo en su eje, y enfrentarlo, el rostro pétreo, la mirada torva. Pasan los segundos y el borracho que anteriormente había referenciado a Ruth Shady le agarra el hombro a Víctor y se dispone a hablarle. Mala decisión, pésima decisión: antes de que pueda siquiera ordenar sus pensamientos de borracho, Víctor abre la boca y le lanza un GAAAAAAA estrepitoso en toda la cara. Ese GAAAAAA que sale disparado a unos decibeles elevadísimos, y que me retrotrae a los kamehamehas que solo un Gotenks supersaiyajin 3 podía lanzar por su tracto vocal, condensa no solo el estrés y la desazón de un trabajador precarizado (como todos nosotros), sino principalmente la aversión hacia la humanidad entera por parte de este nuevo Víctor poseído por el espíritu makanakiano.

Unos segundos más y otro GAAAAAA aún más enérgico y horrísono que el anterior se vuelve a oír. Todos nos reímos, menos Víctor. A los borrachos, por su parte, se les acaba de pasar la borrachera. Huyen aterrados. Todos en dirección a la misma avenida: una avenida cuyo nombre evoca al lugar al que me mandan los fachos y ultraderechosos cada que les demuestro que sus argumentos de mierda no resistirían un análisis mínimamente riguroso. Vaya ironía, digo en voz alta. O quizá solo lo digo para mí mismo. A estas alturas eso ya no importa: acabamos de llegar a Pando, es de madrugada y solo espero encontrar una novedad que me haga pasar el rato. Un nuevo extrañamiento. Sí, eso es lo que busco, concluyo.

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