Prólogo de un libro que nunca existió

Antes incluso de que tenga nombre, lo que sería Espacio Sonido, el concepto de donde surgió, ya me había sido comentado, por lo menos en sus elementos esenciales y que aún permanecen. En la distensión de una conversación casual luego del horario de oficina, en esas caminatas a ningún lado en el inicio nocturno de un fin de semana, un amigo de universidad me refería su intención de abrir un blog en una red social para dar rienda suelta a sus opiniones y reflexiones que le provocaba la música más diversa. Melómano como era desde que lo conocí, me pareció una idea genial, la semilla de un proyecto con potencial y que iba en contra de aquello que con ironía nos quejábamos hacía tan solo unos minutos, la aburrida inercia de un sistema que buscaba amansar y amasar hombres siempre distraídos. 

A esa idea le llegó su fiat lux en algún año antes de la pandemia ―que ahora se confunden en la memoria― y el proyecto empezó a hacerse escuchar por Instagram, y fue generando una nada despreciable comunidad virtual que paraba la oreja cuando de hablar de música más allá de generalidades y balidos de oveja somnolienta se trataba. Mas luego de unos años, en otra conversación, laxa y patealatera como la primera, oí la idea que terminó de dar forma a lo que ahora es, y con creces, el actual Espacio Sonido. La idea, que se materializó pronta y entusiastamente, llegaba natural y era una posibilidad a la que el mismo proyecto incitaba: la integración de más voces, el desprendimiento, la invitación a la mesa de la reflexión a mentes, manos y oídos que conectaran con la intención detrás de Espacio. Esto trajo, por ejemplo, el paso a una plataforma en la web, con más libertades que antes, y, por otro, y más importante, la formación de un trasfondo de intenciones compartido, porque, como dije, Espacio Sonido tiene una intención detrás, una percepción vital que lo impulsa y desde el cual sus miembros espolean su creatividad particular.

En Espacio Sonido la música no es un caramelo auditivo que se disfruta un par de minutos, que se come mientras se va al trabajo y del que, una vez acabado, puede conseguirse su reemplazo como quien va a comprarlo a una bodega. La música nos interpela a asomarnos por sus puertas entreabiertas, nos habla lenguajes anteriores, nos acerca a lo que somos y traemos y dejamos en este espacio que hacemos nuestro. Toca nuestras fibras como para enseñarnos de qué estamos hechos, y nos incita constantemente a cuestionarnos lo que, pasivamente, se daría por sentado. Porque la música también surge de marcos concretos, dialoga con la sociedad que la construye y no es sorda a sus anhelos y reclamos.

La música es parte del ser humano. Y la música de estos lares, parte de seres humanos bien concretos. Por eso este medio propone un antiperiodismo musical, uno con particular interés en cómo se experimenta la música en el Perú, qué mensajes lleva, qué ímpetus la mueven y qué visos particulares nos otorga. Y cuando reflexionamos sobre la música, no podemos dejar de reflexionar y cuestionar el alrededor que la alimenta, que es el alrededor que vivimos y en el que creemos poder avizorar un futuro más justo y un país más libre.

Pero dejemos aquí la digresión de estas palabras preliminares. Y permitamos que los textos que a continuación siguen le hablen al lector directamente, con sus propias palabras y desde sus propias interrogantes. Estos se ofrecen como una muestra del trabajo que ha podido cosechar, hasta ahora, este Espacio. Si no son palabras arrimadas que fácilmente dispersa el viento, ya habrán logrado algo. Pero, más que nada, esta muestra es una invitación a pensar la música, y con ella la humanidad, desde la perspectiva sin duda valiosa que tenga cada uno de los lectores de estas páginas. La música siempre tiene un espacio de reflexión para cualquiera que por un momento le incomode, o directamente le desagrade, esa mansa inercia que asorda a los distraídos.

Erick Garay

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