Slowdive

Reseña: César Zevallos
Collage: Víctor Pérez


Con la aparición en 1993 del álbum Souvlaki, en el cual se cimentó buena parte de la estética shoegaze y dream pop actuales, la banda británica Slowdive cautivó por siempre a los espíritus jóvenes. 

Descubrí este disco en mi primer año de universidad, en el 2013. No tardé en amar su sonido y dejarme absorber por su flujo de íntima belleza, su sonido era una invitación a consumirme en la ruptura de sentimientos románticos, a dejarme caer en un vacío doloroso con heridas frescas que se producen en las sombras de un pasado inmediato. 

Convencido de que esta sensación es compartida, indagué en las experiencias de escucha de diferentes personas que tenían a Souvlaki en los estratos más altos de su sentimiento musical. El resultado de mi búsqueda me dejó sorprendido porque todos se sentían tocados de forma más o menos similar. 


Lourdes Heredia, administradora y melómana como todos sus familiares, narra que, a sus catorce años, conoció accidentalmente a Souvlaki cuando buscaba música de Siouxsie and The Banshees en la rercordada plataforma Ares. 

“Me gustó esa onda nostálgica y melancólica. La parte instrumental me encantaba, y luego al buscar la traducción de letras, me recontra pegué. Le tengo un súper feeling porque me recuerda mis años de adolescencia donde me pasaba el día escuchando Slowdive, incluso me tiraba la pera para dedicarme a escuchar su música. Aunque sea un sonido nostálgico, sombrío y melancólico, eso me causa felicidad, y lo comparto cada vez que puedo. Cuando hablo de música con mis amigos, es imposible no mencionar a esta banda y ese disco”.

Para Agustín Ricci, periodista independiente, Souvlaki fue una introducción al shoegaze. Le permitió conocer bandas con una estética similar y, sobre todo, reparó en que “estaba buscando ese tipo de sonido y al final lo había encontrado”. Tal revelación tal vez guarde relación con la primera vez que escuchó el disco en su integridad, hace dos años, momento en que “emocionalmente atravesaba un proceso personal en el que cargaba al disco de mucho significado, y creo que todavía es así”.


Víctor Pérez, escritor y comunicador audiovisual, recuerda claramente cómo conoció a Souvlaki. “Hacíamos un trabajo de la universidad en grupo. Seguro nos encontrábamos todos conversando y enseguida me di cuenta que estaba oyendo un sonido inusual. Tú, César, habías reproducido ‘When the sun hits’. No te pregunté en el momento, pero más tarde le pregunté a Fiorella, ‘¿qué banda estaba oyendo César?’. Ella me dijo ‘Slowdive’ y seguro me deletreó el nombre de la canción para que pudiera encontrarla en YouTube”.

Pero no todos amaron de inmediato a Souvlaki. Mitchel Lanazca, difusor de música en el canal Nuevo Voltaje, reconoce que la primera vez no le gustó porque lo suyo era más el rock alternativo noventero y el grunge. Aunque admite que lo redescubrió por Sonic Youth: “Quería conocer bandas con sonidos más etéreos y espaciales, ahí descubrí a My Bloody Valentine, Portishead, Swans y, por supuesto, Slowdive”. Admite que no había escuchado algo similar hasta ese momento, “saber que este álbum es la representación del dream pop me motivó a descubrir más bandas con ese sonido. Me transmite esperanza hacia la música, me hace sentir en paz conmigo mismo”.

A diferencia de los demás, Wilder Gonzáles, músico experimental desde 1995 en Lima y director del blog Perú Avantgarde, tiene una perspectiva histórica con alcances valiosos para la recepción de este disco en la Lima de los 90’s. Cuenta que lo escuchó por primera vez en 1993, al mismo tiempo que descubre a My Bloody Valentine, Chapterhouse, Swallow o Spacemen 3. 

Souvlaki lo tenía grabado primero en cinta de cromo ya en el año 1993, grabado de la edición de vinilo inglesa cortesía de la tienda de Eduardo Lenti en Los Pinos (Miraflores). De ley que fue de los artefactos que más me encandilaron por aquel entonces, así que me lo pedí en cinta original yankee y para sorpresa venía con foto del grupo y bonus tracks electrónicos”, explica Wilder. El vínculo fue instantáneo, él lo sentía como un “sonido etéreo, volador, más ruidoso y psicodélico que cualquier disco de Cocteau Twins”. El CD que tenía de Souvlaki lo cargaba siempre al caminar o cuando frecuentaba Ancón con sus amigos del cono norte. 

Hoy, si bien el shoegaze ya es un sonido bastardeado y carcomido por el capitalismo y el marketing, aún brotan por ahí los neojóvenes en búsqueda de una esencia o del elixir musical, así que Souvlaki sigue siendo un gigante de su tiempo. Diría que lo que más atrae de Souvlaki y Slowdive en general es esa magia y belleza que uno puede tocar con el corazón. Las pruebas sobran, ‘Avalyn’, ‘Catch the breeze’, ‘Melon Yellow’, etc. El contrapeso de las melodías etéreas con las capas de ruido guitarrero, desde luego, son un plus. Pero ello es algo que era usual en la época. Recomiendo escuchar el tema ‘Gravity’ de la banda Moonshake para aquilatarlo”, sostiene, con lujo de detalles, Wilder. 

Es indudable el poder de este álbum para evocar esas imágenes dulces y absorbentes, lentas e hipnóticas. Creo que los miembros de Slowdive son portadores de mensajes celestiales: bienaventurados quiénes se dirigen hacia lo alto de esa estación espacial Souvlaki para visionar cómo este álbum trasciende cualquier aspecto terrenal y se convierte en un refugio cálido frente a la crudeza de la vida.

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